domingo, 15 de julio de 2018

DOMINGO XV T.O. (B)


-Textos:

       -Am 7, 12-15
       -Sal 84, 9-14
       -Ef 1, 3-14
       -Mc 6, 7-13

Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos:

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Tiempo de verano, tormentas y calor. Parece que todo invita al descanso y a la distensión. Jesús, sin embargo, nos dice que vayamos a anunciar el evangelio. Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos”. La llamada se dirige directamente a los Doce apóstoles, pero en ellos estamos representados todos.

Porque, no debemos olvidar, hemos recibido la gracia de la fe en Jesucristo para ser anunciadores, propagandistas del Evangelio de Jesús. En todo momento y en cualquier circunstancia, en la familia y en el trabajo, con los amigos y con otras personas con las que entramos en conversación; en tiempo de navidad, en cuaresma y en verano. Como seguidores de Jesús, hemos de procurar que Jesús y su evangelio sean conocidos.

Jesús, al enviarnos dice que “llevemos para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja ni dinero suelto”. Nos está diciendo que confiemos en Dios y confiemos en él; que no nos justifiquemos diciendo que no tenemos el don de la palabra o que no tenemos conocimientos suficientes, o excusas parecidas.

Y es que para anunciar el evangelio, lo más importante, en primer lugar, es confiar en Jesús. “No tengáis miedo”, nos ha dicho en otra ocasión: “Os daré mi Espíritu para que en cada momento sepáis decir lo que conviene”.

Y en segundo lugar, para anunciar el evangelio es necesario el entusiasmo, y el convencimiento firme de que Jesús es de verdad el Salvador del mundo, el que abre horizontes de vida eterna, el que libera del miedo a la muerte y de todos los miedos.

Permitidme una pregunta: ¿Estamos convencidos de que Jesucristo es de verdad necesario para para que este mundo se arregle y pueda vivir en paz y en justicia? ¿Creemos de verdad que Jesús es necesario para controlar nuestras pasiones y poder amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos?

Vivir la experiencia de que Jesucristo da sentido a mi vida y de que los demás pueden, como yo, encontrar también en él razones para vivir, para luchar, para amar y para superar la desgracia y el dolor.

Confianza en Jesucristo y alegría de creer en él. Y no hace falta ni alforjas ni dinero para ser testigos y anunciadores del evangelio.

Y si me permitís, os propongo dos oportunidades muy concretas de anunciar evangelio; válidas para todo tiempo, pero quizás más propicias en el verano, cuando vamos de vacaciones, de viaje y ocurren ocasiones de relacionarnos con gente diferente: La primera, escuchar a los demás con interés y respeto, y luego exponer mi opinión conforme a lo que enseña Jesús y la Iglesia, también con respeto y libertad. La segunda oportunidad es más concreta todavía: Ir a misa, manifestar con sencillez el interés que tengo, el domingo, por supuesto, y en días de labor también por participar en la eucaristía.

Esto es lo que vamos a hacer ahora.