viernes, 8 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

-Textos:
  • Gén 3, 9-15.20
  • Sal 97, 1-4
  • Ef 1, 3-6.11-12
  • Lc 1, 26-38
Hágase en mí según tu Palabra”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
En medio del tiempo del adviento celebramos la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

Una fiesta que pone ante nuestros ojos uno de los aspectos más admirables del misterio de gracia que envuelve la persona y la misión de la que es Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María.

Mientras que algunos teólogos se resistían a reconocer que la Virgen María fuera Inmaculada, sin pecado, desde su concepción, la devoción popular y el Espíritu Santo que la inspiraba, lo afirmaba con más fuerza, y levantaba capillas, santuarios y ermitas a la que llamaban la Purísima Concepción. El papa Pio IX, a mediados del siglo XIX, apoyado, sobre todo en la fe de la Iglesia y en el sentir unánime del pueblo cristiano, proclamó que la virgen María fue preservada de toda influencia de pecado en previsión de y gracias a los méritos de la muerte de su Hijo, Jesucristo.

Muchas consideraciones podemos hacer si prestamos atención a los textos que la liturgia de esta fiesta nos propone para meditar y alabar a Dios. Os propongo brevemente tres:

La primera: María Inmaculada y “llena de gracia”, es como un espejo terso y limpio donde podemos mirarnos para ver nuestra vida y examinar nuestra conciencia. A veces miramos a nuestro alrededor y fácilmente decimos “Yo ya soy mejor que esos”; otras veces nos miramos a nosotros mismos y decimos precipitadamente: “Pues no soy tan malo” o “No es tan grave lo que he hecho”. La palabra de Dios es la luz más certera que descubre la verdad de nuestra vida. Y María, la Virgen Inmaculada, precisamente por eso, porque engendró a quien es la Palabra misma de Dios, y porque es Inmaculada, es el mejor espejo donde nos podemos mirar para descubrir nuestras virtudes, nuestros pecados y el estado de nuestra conciencia moral y creyente.

Tanto el tiempo de adviento como la fiesta de la Inmaculada son momentos muy oportunos para hacer un examen de conciencia y acercarnos con sinceridad al sacramento de la penitencia.

En segundo lugar, la Virgen Inmaculada, nos enseña a escuchar la Palabra de Dios. El ángel del Señor anunció a María, y la encontró atenta, orante, y por eso, María escuchó el anuncio. Así pudo realizar la misión a la que había sido destinada y por la que todas las generaciones la llamamos “bienaventurada”.

Tantas palabras que hablamos, tantas palabras que oímos… “Tu Palabra me da vida”, “Tu Palabra, Señor, es luz en mi sendero”, dice la Escritura. El papa Benedicto XVI en uno de sus documentos titulado “La Palabra del Señor”, dice que es necesaria una lectura orante, fiel y constante de la Sagrada Escritura, para profundizar en una relación personal rica y provechosa con Jesús.

En tercer lugar, queridos hermanos, la Virgen Inmaculada nos invita a decir sí a Dios. Dios nos llama a cada uno a la vida, a la fe, al matrimonio, a la vida consagrada. Dios quiere contar con nosotros para realizar su obra de salvación del mundo. Dios habla siempre, en todo momento y de la manera que menos podemos imaginar. Pero hay que estar atentos para escucharle. ¿Qué me está pidiendo Dios a mí, aquí y ahora? María dijo “sí” a la llamada de Dios. Y todas las generaciones la felicitamos y le decimos “dichosa”.


Hoy, que celebramos su fiesta, ella nos invita a decir también a Dios “hágase en mí según tu Palabra”.