domingo, 11 de junio de 2017

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)

-Textos:

       -Ex 34, 4b-6. 8-9
       -Daniel 3, 52-56
       -2 Co 13, 11-13
       -Jn 3, 16-18

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Celebramos en este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad, y también la Jornada “Pro Orántibus”, es decir, por vosotras, y por todos los que, por vocación especial del Señor, dedican la vida expresamente a la contemplación.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”. Con esta invocación, mientras describimos sobre nuestro pecho la señal de la cruz, comenzamos nuestros actos de piedad, y otras muchas actividades importantes. Nuestros padres y educadores en la fe nos han enseñado que en cualquier momento conviene que nos santigüemos e invoquemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Esta invocación es, en primer lugar, una confesión de fe: Creemos en un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego en el prefacio de la misa vamos a proclamar: “Es justo darte gracias, Señor Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola persona, sino tres personas en una sola naturaleza”. Esta es nuestra fe.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo” es también una súplica de bendición. Pedimos a Dios que nos bendiga y nos proteja en ese momento, en esa actividad que vamos a comenzar.

Es también una ofrenda: Ante una celebración religiosa, ante una actividad que vamos a emprender, ante una situación en que nos encontramos, decir “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” es decir “Te ofrecemos, te entregamos este momento de nuestra vida. Más aún, nos entregamos a ti, en esto que hacemos.

Todo esto y mucho más, que podemos poner cada uno, es lo que queremos decir cuando nos santiguamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Esta es la fe que anima nuestra vida cristiana, y es la fe que anima, sobre todo, a aquellos hermanos y hermanas nuestros contemplativos, a quien el Señor ha llamado con llamada especial a vivir desde Dios y para Dios; y desde Dios y para Dios, orar, interceder y dar gracias por todos los hombres.

El lema de este año para la jornada de la vida contemplativa dice: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”. Las comunidades contemplativas, queridos hermanos, no están indiferentes, ni mucho menos, a la Iglesia y al mundo donde vivimos. Es sorprendente cómo, desde la regularidad del horario de cada día, están al tanto de los proyectos y de los problemas, que palpitan en la sociedad y en la Iglesia. Pero ellos procuran mirarlos desde la Palabra de Dios, desde Dios, para luego elevar una súplica en orden a que todos los acontecimientos sean gracia salvadora para los hombres.

De esta manera nos enseñan a todos y nos invitan, a mirar el mundo, las cosas, los acontecimientos y, sobre todo, a las personas desde la mirada de Dios. Nos invitan a todos a que nos preguntemos: “Y Dios, ¿cómo verá esto, cómo lo juzgará”? ¿Qué haría Jesús en este momento?, Y yo ¿qué debo hacer?


Los monasterios, las comunidades contemplativas no están ajenas a nosotros, y nos hacen un gran favor con su vida; nosotros tampoco podemos dejarlas en el olvido, son nuestros hermanos, nuestras hermanas, y debemos corresponder con nuestra apoyo, y nuestra oración.