domingo, 12 de marzo de 2017

DOMINGO II CUARESMA (A)

-Textos:

       -Gn 12, 1-4ª
       -Sal 32, 4-5.18-22
       -2 Tim 1, 8b-10
       -Mt 17, 1-9

Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta”.

También los peregrinos a Javier subieron ayer y el domingo anterior a la colina del castillo de Javier; también nosotros, hoy, somos invitados en esta eucaristía a subir por el camino cuaresmal hacia la Pascua.

Es importante tomar nota de la situación y estado de ánimo de los discípulos, cuando Jesús invita a los tres más representativos a subir a la montaña.

Acababan de escuchar de labios de Jesús: “Tengo que subir a Jerusalén y allí sufrir mucho y ser ejecutado…” Y a continuación: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a así mismo, que cargue con su cruz y me siga”. No son palabras halagüeñas las que salen de labios del Maestro. Pedro y los discípulos están desconcertados y preocupados.

A veces, el ambiente de la calle, los medios de comunicación, las noticias que salen en los periódicos nos transmiten un ambiente de indiferencia, y de hostilidad para la fe cristiana, y los valores que propone Jesús en el evangelio. En este ambiente, no es fácil expresar la fe y dar testimonio de ella. En el fondo nos pasa que queremos quedar bien y triunfar, como los apóstoles.

Jesús, sin embargo, hoy, como, ayer, parece que prefiere obedecer al Padre, callar, soportar el dolor de los que sufren, cargar con el pecado de los pecadores; esperar que se conviertan los que adoran el dinero, los que trafican con seres humanos…; esperar y amar, hasta dar la vida… Es su método. No lo acabamos de entender.
Jesús, en esta celebración, se transfigura y se revela, anticipándonos así el final de su historia y de la nuestra. Jesús, el crucificado, se nos revela resucitado.

Lo vemos con el rostro resplandeciente de gloria de Dios, sus vestiduras blancas traslucen su divinidad.

Vemos, además, presentes a los dos testigos más cualificados del pueblo de Israel: Moisés y Elías, la Ley y los Profetas.

Y vemos, sobre todo, el testimonio supremo, el testimonio de Dios. Dios aparece como nube luminosa, no se le ve cara a cara, pero se deja oír.

Hermanos todos, es la voz de Dios. ¿Qué dice? Oigamos bien, para que no dudemos: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Creamos, contemplemos y gocemos.

Sí, es Jesús, el ridiculizado por la sociedad olvidadiza, opulenta y secularizada. Pero es Jesús, glorioso, triunfante, divino. Preludio del mundo salvado, del Reino de Dios logrado. Creamos ahora que nos sentimos en minoría, creamos ante quienes piensan que el futuro es de la ciencia y de la técnica, de la razón y sólo de la razón. Creamos: Jesús el crucificado, vencedor de la muerte y del pecado, resplandeciente de gloria, preludio del mundo nuevo.

Pero no nos quedemos extasiados. Sigamos atentos. Dios no ha terminado de hablar, continúa y dice: “¡Escuchadle!

Escuchadle: escuchadle durante este tiempo de cuaresma; es un tiempo de entrenamiento, para poner en práctica su evangelio. Viene la Pascua, también nosotros podemos quedar transfigurados por su gracia, con una fe viva, una esperanza cierta, un amor que contagia y atrae.

Ojalá, queridas hermanas y queridos hermanos: Todos los que han peregrinado a Javier estos días, sobre todo los jóvenes y las jóvenes, hayan visto en el rostro sonriente del Cristo crucificado de Javier, la gloria del Cristo victorioso, que trae un mundo nuevo. Pero ojalá que hayan tenido la gracia de quedar impresionados por el mensaje de Dios Padre: “Escuchadle”, y sigan sin escandalizarse y sin miedo al Cristo sonriente y crucificado.

Nosotros, ahora, en el altar tenemos la misma llamada y el mismo reto: seguir a Cristo crucificado, viéndolo resucitado en la eucaristía.