domingo, 18 de diciembre de 2016

IV DOMINGO DE ADVIENTO (A)

-Textos:

       -Is 7, 10-14
       -Sal 23
       -Ro 1, 1-7
       -Mt 1, 18-24

Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús”.

Cuántas cosas tenemos en la cabeza para hacer en estos días previos a la Navidad. Pero lo más provechoso, lo que mejor nos va a centrar y serenar el ánimo es escuchar la palabra de Dios.

El evangelio de hoy nos invita a poner los ojos y el corazón en la Virgen María: encinta, callada, humilde, amorosa. Nadie puede vivir el acontecimiento del nacimiento inminente de su hijo Jesús como ella. No tenemos noticia escrita de cómo vivió ella estos días inmediatos. Pero sí podemos imaginarlo con toda probabilidad. La Virgen María a siete días de dar a luz, mira hacia dentro de sí y no se ensimisma, todo lo contrario, encuentra a su Hijo, al Hijo de Dios; entra en su interior y se encuentra con Dios.

Para vosotras, hermanas benedictinas, este momento y esta experiencia de la Virgen María, es el paradigma de la mejor oración, de la experiencia contemplativa más perfecta, y también la más soñada y deseada por vosotras, vocacionadas con vocación especial para la contemplación.

Pero este momento de la vida de la Virgen María, y esta experiencia que vislumbramos de ella, es también, de una manera u otra, una experiencia que corresponde a todos los cristianos, que hemos recibido el Espíritu Santo en el bautismo: Hacer oración, entrar dentro de uno mismo, y encontrar, en lo más íntimo, a Dios.

La contemplación de María, en esta escena evangélica, nos ha llevado a Jesús: El evangelio de hoy, en el fondo es una revelación de Jesús. ¿Quién es el hijo que María lleva en su seno? ¿Quién es el niño que va a nacer? ¿Quién es Jesús?

Para encontrar respuesta a estas preguntas, tenemos que contar ahora con san José. Acercarnos a él y escuchar lo que el ángel le dice a José sobre el niño que va a nacer.

El ángel, lo sabemos, es la voz misma de Dios, y dice: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Jesús viene del Espíritu Santo, viene de Dios; es criatura humana, sí, nace de una mujer, María, pero viene de Dios y es obra de Dios; es, digámoslo claramente, el Hijo de Dios.

Pero sigamos escuchando lo que oye san José: “Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados”. Jesús es Hijo de Dios y Salvador del mundo. El nombre señala la naturaleza de la persona y su misión: Jesús, queridos hermanos, el que va a nacer, es el Salvador, que viene a salvar al pueblo, es decir, a toda la humanidad.

No estará mal que ante esta revelación del evangelio nos hagamos alguna pregunta: Jesús, ¿me salva a mí de algo? ¿De qué? ¿Qué me aporta a mí, en mi vida, la fe en Jesús?

Ante mis hijos y mi familia, en mi trabajo profesional, ante el dinero y la situación política, ante los pobres, los refugiados, los emigrantes…, Jesús, Hijo de Dios y de la Virgen, Salvador del mundo, ¿influye en mi manera de pensar, de opinar y de comportarme?

Sin duda, estos días tenemos muchas cosas que hacer para estas fiestas, pero Jesús, José y María, en el umbral de la Navidad nos dicen dónde está lo más importante, lo que de ninguna manera podemos dejar de hacer: Creer y rezar, creer y esperar lo más importante: Dios, hecho hombre, nace entre los hombres.

Hagamos un acto de fe.