domingo, 7 de agosto de 2016

DOMINGO XIX, T.O. (C)

Textos

       Sb 18, 6-9
       Hb 11, 1-2. 8-19
       Lc 12, 32-48

 “Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Mucha gente de vacaciones, han comenzado los Juegos Olímpicos de Río, ha terminado felizmente el encuentro de los jóvenes con el papa, el panorama político sombrío… Todos estos acontecimientos están presentes en nuestras conversaciones, pero no impiden que prestemos atención a la importante advertencia que Jesús nos transmite hoy en el evangelio:

Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

No es una amenaza y no debe inducirnos miedo; es una llamada a vivir nuestra vida cristina en la perspectiva del futuro que nos espera, que es ni más ni menos que el encuentro definitivo con Dios por medio de Jesucristo, que vendrá ciertamente al final del tiempo y al final de nuestra vida para invitarnos a participar en el banquete de bodas de él mismo, como esposo, con su Esposa la Iglesia, es decir la comunidad de todos los seguidores  de Jesús en este mundo.

Los cristianos vivimos ante la perspectiva de  la vida eterna. Todo lo de este mundo es efímero, el tiempo pasa, nosotros esperamos “un cielo nuevo y una tierra nueva” y la vida eterna con Cristo en Dios.

Y mientras vivimos de paso en este mundo nos preparamos para ese encuentro y para llegar a esa meta.

¿Cómo?

En la segunda lectura hemos escuchado un texto precioso de la Carta a los Hebreos sobre la fe.  Nos conviene leerlo. La fe es un don de Dios, un don precioso, que saca del hombre creyente lo mejor de sí mismo, y le da valor para acometer las más valientes y valiosas empresas. Pero la fe es también un acto humano y libre de cada uno: Es preciso cultivar la fe, cuidarla, dar lugar a que crezca y se desarrolle. Es como una planta delicada, y hoy en día y en nuestro entorno cultural, en un medio hostil y un clima poco propicio para ella. Por eso hemos de poner mayor cuidado que nunca en cuidar y cultivar la fe. Por la fe recibimos la semilla de la vida eterna, mediante la fe damos lugar a que esa semilla vaya desarrollándose hasta que lleguemos a nuestra patria verdadera que es el cielo.

Otro modo imprescindible para  prepararnos al encuentro definitivo con Cristo son los sacramentos. El bautismo es el fundamental, pero de hecho, y una vez bautizados, la eucaristía es  el sacramento  necesario para alimentar la vida eterna iniciada en el bautismo. La eucaristía es mucho más que una obligación adquirida porque somos cristianos; es el alimento absolutamente necesario para  dar vigor a nuestra fe y desarrollar la vida nueva de hijos de Dios iniciada en el bautismo.

Y cuando, por fragilidad hemos pecado y hemos actuado  conscientemente contra nuestro propio bien y contra la voluntad de Dios, el sacramento de la penitencia, el medio dispuesto por Dios para que tengamos la experiencia real de Dios que es Padre de Misericordia, y nos facilita, mientras vivimos en este mundo, retomar el camino de la felicidad verdadera que nos lleva hasta la vida eterna.

Las obras buenas: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, cumplir los mandamientos de Dios, tener como programa las bienaventuranzas, las obras de misericordia, orar como Jesús y con Jesús…, este modo de llevar la vida es otro medio esencial para prepararnos al encuentro final y feliz con el Señor.

Así  nosotros atendemos la consigna de Jesús: “Tened ceñida la cintura y encendidas las  lámparas… Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.