domingo, 5 de junio de 2016

DOMINGO X, T. O. (C)

Textos:

-1 Re 17, 17-24
          -Gal 1, 11-19
          -Lc 7, 11-17

-“Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: -No llores”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Tanto en la primera lectura como en el evangelio nos narran dos milagros de resurrección de muertos. Jesús en la ciudad de Naín tuvo una actuación portentosa, que quedó en la memoria de todos los que la presenciaron.

Hablando en lenguaje cristiano, el milagro de Jesús consistió en devolver a la vida natural, a la vida mortal, al hijo de una viuda. Resucitar, en cristiano, es mucho más, es recibir la vida divina, la vida que no muere, la vida eterna.

Jesús hizo el signo de dar la vida natural, para revelar al mundo que él es el dador de la vida sobrenatural, de la vida divina, de la vida que no muere. Hizo este portento excepcional en Naín para revelar a los hombres que él es el Mesías prometido, es el Hijo de Dios, que ha resucitado y ha vencido al pecado y a la muerte, y se ha constituido en Señor y dador de vida.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros”. Hoy, en esta celebración, todos somos invitados a reafirma nuestra fe en Jesucristo resucitado y dador de vida; un día para agradecer nuestro bautismo, en el que recibimos la vida de hijos de Dios la vida eterna.

Pero el evangelio de hoy nos ofrece, además, otras enseñanzas:

Vemos a Jesús que siente lástima, al ver a aquella mujer viuda, que acaba de perder a su único hijo. Las viudas, por su condición de viudedad, quedaban en una situación grave de fragilidad, indefensión y marginación. En este caso además, pierde al único hijo, que podía ser su tabla de salvación. Esta viuda había quedado expuesta a cualquier peligro y desgracia.

Jesús vio a esta mujer, y sintió lástima, sintió compasión, sintió amor y misericordia. Aquella viuda le llegó al corazón, y él se dejó llevar del corazón. Dejó de lado su plan de ese día, y se acercó hasta tocar el féretro.
Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel en quien creemos, tiene corazón, un corazón compasivo y lleno de misericordia.

Pero, la compasión y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, no se queda en sentimiento, se traduce en obras, obras prácticas y eficaces. Jesús consuela a la viuda, y le devuelve, porque puede, lo que ella necesita, le devuelve a su hijo vivo.

Dos mensajes podemos recoger de este comportamiento de Jesús con esta pobre viuda: Jesús se muestra solidario. En nuestra sociedad, junto a un individualismo creciente, se están dando signos de solidaridad y de sensibilidad frente al sufrimiento de tantos seres humanos, que carecen de muchos bienes de los que nosotros disfrutamos. Este sentimiento creciente de solidaridad en el mundo, Jesucristo lo impulsa y lo bendice.

Pero el amor y la misericordia de Jesucristo no son puro sentimiento, su compasión termina en obras. Es lo que tenemos que aprender de Jesús: Que nuestra compasión nos lleve a un compromiso eficaz: Atender a la viuda, al enfermo, al refugiado, al emigrante, incluso, con obras, con gestos prácticos y concreto. Aún a costa de tener que cambiar en alguna medida nuestro modo habitual de vida y de confort.

Para eso necesitamos la fe y la gracia de Dios. La fe se nutre en la escucha de la palabra, la gracia se nos comunica en la eucaristía. Palabra y eucaristía es lo que estamos celebrando. Que el Espíritu de Dios nos ayude a asimilar cuanto en esta celebración se nos enseña y se nos da.