domingo, 27 de marzo de 2016

VIGILIA PASCUAL (C)

Textos N.T.

          Rom 6, 3-11
          Lc 24, 1-12

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí (en el sepulcro) ha resucitado!

Jesucristo vive, queridas hermanas y hermanos. Es el viviente por antonomasia. La muerte no tiene dominio sobre él.

Hemos de agradecer el anuncio emocionante y emocionado de las mujeres que fueron al sepulcro. Dios las eligió para dar las primicias de la gran noticia. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí (en el sepulcro) ha resucitado!

Después se aparece a Pedro, luego a los Doce, luego a más de quinientos hermanos a la vez, como testifica San Pablo. Los discípulos de Emaús lo reconocerán al partir el pan y encontrarán a la comunidad de discípulos reunida, alborotada, que casi no les deja decir lo que han visto, porque todos a la vez están diciendo : “Es verdad, ha resucitado el Señor, y se ha aparecido a Simón”.

Volvamos al primer anuncio, oigamos lo que las primeras mujeres oyeron. Los ángeles dicen de Jesús que vive, mejor aún, que es el Viviente, la muerte no tiene dominio sobre él, a él le pertenece la vida por naturaleza. Jesucristo vive, ayer, hoy y siempre. Lo suyo es vivir.

Y por lo tanto Jesucristo vive hoy, entre nosotros, vive con nosotros; la resurrección de Cristo no es un hecho pasado. Es un acontecimiento presente ante nosotros.

Jesucristo vive y da la vida. Y no cualquier vida, sino la vida de Dios; una vida que no es sólo una vida que no muere, sino además, una vida de una calidad que no podemos ni imaginar: es vida de amor, porque Dios es amor, es vida de felicidad infinita porque Dios es infinitamente feliz. 

Que esta noche, clara como el día, despierte y acreciente nuestra fe. La muerte física para nosotros ya no es nada definitivo. “Morir solo es morir, morir se acaba”. Jesucristo resucitado aporta al mundo una posibilidad nueva capaz de quitar todos los miedos y de relativizar todas las amenazas. Las criaturas humanas podemos vivir una vida que no muere, la vida del Viviente, de Cristo resucitado; podemos vivir una amor más fuerte que la muerte, el amor de Dios, depositado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos da por la fe en Cristo Resucitado.

Y ya lo estáis adivinando: En estas últimas palabras estamos adelantando otra grande y buena noticia que nos depara esta noche clara como el día, santa y llena de gracia. Ahora es San Pablo el heraldo: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que así, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos una vida nueva”.

La vida de Cristo, la vida de Dios, la vida eterna, la vida que relativiza la muerte, los miedos, las desgracias y las penas, esa vida la hemos recibido en el bautismo. Se nos concedió en semilla, germinal, pero poderosa y pujante.

Esta noche es noche para iluminar nuestra vida con claridad nueva: Examinar si somos coherentes con nuestra condición de bautizados; pero examinar sobre todo, si somos conscientes y nos sentimos todo lo contentos que debemos sentirnos, por haber recibido el bautismo, por participar en la vida misma de Cristo resucitado; de participar, poco o mucho, pero ciertamente en algo tan preciosos e inmerecido como es la vida misma de Dios.


¡Enhorabuena!, Cristo ha resucitado. ¡Enhorabuena!, bulle en nosotros la vida de resucitados! Despertemos a la gratitud y al orgullo de ser bautizados y de ser creyentes en Cristo, que ha vencido a la muerte y al pecado. “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.