domingo, 30 de noviembre de 2014

DOMINGO I DE ADVIENTO

¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
«Conocemos tres venidas del Señor…, nos dice san Bernardo con motivo del Adviento: En la primera Cristo fue nuestra redención, en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo».
Así nos introduce san Bernardo en este tiempo de Adviento, tiempo de gracia y tiempo favorable.
Aunque algunos de vosotros puede que os inclinéis a pensar que son, más bien, tiempos de desgracia, de crisis y de desconsuelo. Los casos de corrupción de algunos que deberían poner el mayor empeño en administrar bien el dinero público, el escándalo de representantes de la Iglesia que hieren la conciencia de algunos jóvenes, en vez de ayudarles a seguir el camino del evangelio. En el orden económico y social, ver que algunos aumentan sus riquezas y su poder, mientras muchos se quedan sin trabajo y se ven arrojados a los espacios del paro y de la marginación.
En estas circunstancias nos sale del corazón gritar como el profeta en la primera lectura: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!: “Rorate coeli de super et nubes pluant Iustum“, ‘Caiga rocío del cielo y que de las nubes llueva el Salvador‘.
Y esta es la buena noticia del Adviento: Que el Justo, el Salvador, Jesucristo está con nosotros, y que, por lo tanto, hay motivos para la esperanza, para una esperanza cierta y bien fundada.
Merece la pena que pongamos la atención en las hermosas y verdaderas palabras que nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura: En mi acción de gracias a Dios, dice, os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús… Y sigue: “De hecho no carecéis de ningún don, vosotros que aguadáis la manifestación (futura) de nuestro Señor Jesucristo… Nosotros, los que hemos recibido el bautismo, no carecemos de ningún don: se nos ha regalado la gracia de la fe, participamos de la vida misma de Jesucristo resucitado; sabemos que Jesucristo vendrá la final de los tiempos a nuestro encuentro, y que el Reinado de Dios quedará establecido.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel! Tenemos todo los motivos para no desesperar y sembrar esperanza entre nuestros hermanos.
Este estado de ánimo optimista nos nace de la fe y nos ayuda a ver el mundo, la sociedad y los acontecimientos con otros ojos, con los ojos de la serenidad y de la verdad: No es verdad que todo sea corrupción, o que todo sea sexo, avaricia de dinero y voluntad desmedida de poder. La inmensa mayoría de los políticos, de los sacerdotes y educadores; de los trabajadores, médicos, enfermeros, ejecutivos tratamos de ser honestos, trabajar con responsabilidad, respetar al prójimo, ayudarle si está necesitado, vivir en familia, cultivar la buena amistad, respetar a los demás e incluso perdonar, si es el caso.
Por eso, hermanos, pongamos en práctica el repetido y apremiante consejo del evangelio de hoy: ¡Estad en velad! ¡Vigilad!
Los que creemos que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, los que aguardamos la manifestación futura de Jesucristo, sabemos que Jesucristo está con nosotros, que su Espíritu está trabajando y moviendo la voluntad de los hombres hacia el bien. Todos, pero especialmente los cristianos, tenemos que reaccionar contra cualquier derrotismo, y ser testigos y profetas de esperanza. Porque creemos en Jesucristo y porque a nosotros se nos han regalado tantos dones y tantos motivos de fe, de esperanza y de amor.
Queridos hermanos, ha comenzado el Adviento: “¡Estad en vela!”